miércoles, 27 de septiembre de 2017

Pepita de oro del Chocó

Desde los inicios de la Historia el oro ha sido el metal más codiciado por el hombre. Símbolo de riqueza y poder ya aparece en los ajuares funerarios del Neolítico y a partir del siglo VII a.C. es habitual su uso para acuñar moneda.
En la Edad Media, la zona aurífera europea por excelencia era Bohemia de donde se extraía el oro del polvo y de las pepitas de los sedimentos fluviales.
En la actualidad el grueso de la producción aurífera se basa en la fusión de los cuarzos auríferos primarios donde el oro está tan diseminado que no se aprecia a simple vista. El lavado de sedimentos, la forma tradicional de extracción que nos muestra Hollywood en sus westerns, representa solo la quinta parte de la producción mundial total del oro producido.
Las láminas de oro más hermosas se hallaron en un bosque del sur de Bohemia y las mayores pepitas en los filones de EEUU y de Victoria en Australia, en donde en 1869 se encontró una pepita de 85 kg bautizada como “Welcome stranger”.
El oro es totalmente dúctil y maleable. Se puede convertir en panes de oro de 0,00014 mm de grueso o sacar de un gramo un hilo de 160 metros de largo. Hoy en día el 75% de la producción mundial procede de Sudáfrica. 
La “pepita” de la imagen se encuentra en la zona de geología del Museo y procede de la región de Chocó en Colombia.
Fotografía: © Jesús Muñoz Fernández. MNCN. CSIC

viernes, 15 de septiembre de 2017

La inquietante lamprea


Este “agradable” vertebrado acuático tiene una boca redonda, como si fuera un embudo, rodeada de numerosos dientes. Como no tiene mandíbula no puede cerrar la boca y se adhiere a sus víctimas con el vacío que produce con su lengua. Se encuentran tanto en el mar como en el agua dulce. Al carecer de extremidades, nadan mediante movimientos ondulatorios ayudándose por una aleta impar que recorre todo su cuerpo. Su boca es una verdadera ventosa con la que se adhieren a los peces. La lengua esta armada con unos dientecillos muy agudos con los que chupan la sangre y los tejidos al animal dejando únicamente la piel y las espinas. La lamprea marina común puede medir cerca de un metro de longitud. 
Su carne es muy apreciada y se suele cocinar en su misma sangre.

Fotografía: © Jesús Muñoz Fernández. MNCN. CSIC